Aún aturdida por la resaca de un viaje relámpago de 4 días en Alaska, trato de asimilar lo que esas 48 horas en tierras de "la última frontera" han significado para mí. El objetivo era conmemorar el 30 aniversario del fallecimiento de mi padre, participando como madrina de honor en la salida de la trigésimo séptima edición del Iditarod, la carrera de trineos tirados por perros que Félix y su equipo fueron a filmar y de la que 3 de sus miembros nunca volvieron. El resultado ha sido mucho más de lo imaginado. Unas horas plagadas de casualidades y coincidencias que dan fe de que efectivamente, a veces, la realidad supera con mucho a la ficción.
Odile Rodríguez de la Fuente
Un lugar maravilloso II | Odile Rodríguez de la Fuente
Iditarod tiene su raíz etimológica en una palabra de los indios Ingalik que significa lugar lejano. Mientras escucho la voz sonora del maestro de ceremonias retumbar en los altavoces, fijo mi mirada en los perros que ladran excitados ante la inminente salida. El locutor recuerda lo que ocurrió hace ya 30 años y me nombra madrina de honor ante la curiosa mirada de miles de espectadores. La nieve cae con ligereza. Aún me sorprende volver a escuchar que la carrera cumple desde que se inauguró oficialmente en 1973, los mismos 37 años que yo llevo en este mundo. El silencio se apodera de la muchedumbre y solo se escucha el intenso jadeo de los huskies.
(continuará)
Odile Rodríguez de la Fuente
(continuará)
Odile Rodríguez de la Fuente
Un lugar maravilloso III | Odile Rodríguez de la Fuente
Félix Rodríguez de la Fuente nació un 14 de Marzo de 1928 en un agreste pueblo de la provincia de Burgos. 52 años más tarde fallecería, el mismo día en que nació, a miles de kilómetros de distancia. Rozando el círculo polar ártico, donde la taiga da lugar al permafrost de la tundra, cerca del pequeño pueblo de esquimales de Shaktoolik, Félix junto a dos de los cámaras de El Hombre y la Tierra –Teodoro Roa y Alberto M. Huescar- y uno de los mejores pilotos de Alaska-Warren Dobson-, perdieron la vida en un fatídico accidente de avioneta. Tres días antes Félix había tomado rumbo hacia Alaska para rodar la carrera de trineos tirados por perros más importante del mundo: El Iditarod. Su equipo le esperaba desde hacía días, organizando la logística y asegurando las imágenes de la salida y desarrollo de una carrera de más de 1700 kilómetros a través de la naturaleza más salvaje e indomable del mundo. Una distancia que cobra sentido cuando la comparamos a los 1300 kilómetros que separan el cabo de Gata del de Finisterre. Félix llegaba tarde por que los Reyes le habían pedido personalmente que presentara, el 4 de Marzo, la Estrategia mundial para la conservación de los recursos vivos y el logro de un desarrollo sostenido, propuesta por la IUCN a nivel mundial.
Odile Rodríguez de la Fuente
Un lugar maravilloso IV | Odile Rodríguez de la Fuente
Cuatro, tres, dos, uno……GO!
Los perros tiran y los arneses se tensan contra el peso del trineo. Sus patas están protegidas con unas manoplas que ellos llaman “booties”. El `musher´ les alienta con sus palabras y entre saltos y ladridos de excitación comienzan a arrastrar el trineo. Suelen salir unos 15 perros por trineo aunque solo llegan al final del recorrido 12 o menos. Este año participan 71 equipos. A lo largo de los 1800 kilómetros de cordilleras, bosques, estepas y ríos helados, existen esparcidos unos 21 `checkpoints´ donde los `mushers´ se abastecen de comida, que previamente han preparado, para sus perros y para ellos.
También son atendidos por veterinarios voluntarios y tienen la oportunidad de dejar a los perros que no se encuentren en buen estado y que automáticamente son trasladados a Anchorage en avioneta. Los participantes que logran acabar la carrera, empiezan a llegar a Nome, el destino final, entre siete y hasta 35 días después de la salida de Anchorage. La carrera es una de las pruebas de supervivencia más duras que existen. Unos cuantos días en el mes de las nieves, que año tras año desde 1973, ponen a prueba lo mejor de un puñado de hombres y mujeres que, en profunda sintonía con sus perros, se adentran en la naturaleza más recóndita y bravía. Muchos suelen viajar de noche y dormir de día. Es mejor para los perros dormir al calor del sol y hacer frente al helor de la noche atemperados por su trote lobuno. El Iditarod no enfrenta al hombre contra la naturaleza sino que permite, a aquellos que sepan guiarse por su instinto y el de sus perros, surcar el hielo y la nieve bajo temperaturas extremas de hasta 40 grados bajo cero, en el regazo de las estrellas y la aurora boreal. Son hombres, mujeres y perros que se adentran en los más profundo de sí mismos, ansiosos por correr la carrera de sus vidas. Los mejores repiten la experiencia año tras año como atrapados por el magnetismo del círculo polar ártico.
Odile Rodríguez de la Fuente
Los perros tiran y los arneses se tensan contra el peso del trineo. Sus patas están protegidas con unas manoplas que ellos llaman “booties”. El `musher´ les alienta con sus palabras y entre saltos y ladridos de excitación comienzan a arrastrar el trineo. Suelen salir unos 15 perros por trineo aunque solo llegan al final del recorrido 12 o menos. Este año participan 71 equipos. A lo largo de los 1800 kilómetros de cordilleras, bosques, estepas y ríos helados, existen esparcidos unos 21 `checkpoints´ donde los `mushers´ se abastecen de comida, que previamente han preparado, para sus perros y para ellos.
También son atendidos por veterinarios voluntarios y tienen la oportunidad de dejar a los perros que no se encuentren en buen estado y que automáticamente son trasladados a Anchorage en avioneta. Los participantes que logran acabar la carrera, empiezan a llegar a Nome, el destino final, entre siete y hasta 35 días después de la salida de Anchorage. La carrera es una de las pruebas de supervivencia más duras que existen. Unos cuantos días en el mes de las nieves, que año tras año desde 1973, ponen a prueba lo mejor de un puñado de hombres y mujeres que, en profunda sintonía con sus perros, se adentran en la naturaleza más recóndita y bravía. Muchos suelen viajar de noche y dormir de día. Es mejor para los perros dormir al calor del sol y hacer frente al helor de la noche atemperados por su trote lobuno. El Iditarod no enfrenta al hombre contra la naturaleza sino que permite, a aquellos que sepan guiarse por su instinto y el de sus perros, surcar el hielo y la nieve bajo temperaturas extremas de hasta 40 grados bajo cero, en el regazo de las estrellas y la aurora boreal. Son hombres, mujeres y perros que se adentran en los más profundo de sí mismos, ansiosos por correr la carrera de sus vidas. Los mejores repiten la experiencia año tras año como atrapados por el magnetismo del círculo polar ártico.
Un lugar maravilloso V | Odile Rodríguez de la Fuente
Mi padre estaba fascinado por aquellos perros. El Alaskan Husky es descendiente directo de los perros de trineo originales -la mayoría lobos y/o perros salvajes domesticados- utilizados hace miles de años por los nativos del gran norte. Aun habiendo nacido en un pueblo eminentemente pastoril donde las leyendas y cuentos sobre los lobos mitificaban a este animal como el peor enemigo del hombre, Félix sabía que aquel histórico y atenazado antagonismo no siempre había sido así.
Una infancia libre y montaraz, como el mismo denominaba los primeros años de su niñez, le habían permitido sintonizar con el pálpito de la Vida. Al no escolarizarse hasta los 9 años tuvo la fortuna de crecer inmerso en la naturaleza, descubriendo todos sus secretos, dejando su imaginación volar tan libre como aquellos pájaros que le hacían soñar con tierras lejanas y salvajes.
Quizá fue durante aquellos años cuando cargó su corazón de ímpetu para emprender su particular lucha contra el desprecio generalizado que había hacia la naturaleza en España, para atestiguar, viviendo como uno más en una manada de lobos criados por él y mi madre, que aquel temido y odiado animal no era tan feroz como lo pintaban. No solo tenía derecho a vivir sino que incluso representaba el principio y el fin del pacto de armonía y cooperación que un día existió entre “el hombre y la tierra”.
Hace unos 10.000 años, en los albores del neolítico, el homo sapiens vivió inmerso en la naturaleza al compás de sus ritmos y ciclos. Durante aquella infancia paleolítica de más de 100.000 años, hombre y lobo compartieron caza y quizá mucho más.
De aquella etapa, nos quedan vestigios no solo en pueblos y culturas que aún viven hermanados con la madre naturaleza, sino en pactos de asociación que despiertan, en los más sensibles, recuerdos de épocas pretéritas en las que quizá los hombres éramos más felices.
Odile Rodríguez de la Fuente
Una infancia libre y montaraz, como el mismo denominaba los primeros años de su niñez, le habían permitido sintonizar con el pálpito de la Vida. Al no escolarizarse hasta los 9 años tuvo la fortuna de crecer inmerso en la naturaleza, descubriendo todos sus secretos, dejando su imaginación volar tan libre como aquellos pájaros que le hacían soñar con tierras lejanas y salvajes.
Quizá fue durante aquellos años cuando cargó su corazón de ímpetu para emprender su particular lucha contra el desprecio generalizado que había hacia la naturaleza en España, para atestiguar, viviendo como uno más en una manada de lobos criados por él y mi madre, que aquel temido y odiado animal no era tan feroz como lo pintaban. No solo tenía derecho a vivir sino que incluso representaba el principio y el fin del pacto de armonía y cooperación que un día existió entre “el hombre y la tierra”.
Hace unos 10.000 años, en los albores del neolítico, el homo sapiens vivió inmerso en la naturaleza al compás de sus ritmos y ciclos. Durante aquella infancia paleolítica de más de 100.000 años, hombre y lobo compartieron caza y quizá mucho más.
De aquella etapa, nos quedan vestigios no solo en pueblos y culturas que aún viven hermanados con la madre naturaleza, sino en pactos de asociación que despiertan, en los más sensibles, recuerdos de épocas pretéritas en las que quizá los hombres éramos más felices.
Odile Rodríguez de la Fuente
Un lugar maravilloso VI | Odile Rodríguez de la Fuente
La noche anterior a la salida de la carrera nos encontramos con nuestro contacto Chas St. George -director de relaciones públicas- en el Hotel Millenium, sede de la organización del Iditarod. Numerosas personas deambulaban por los salones de un Hotel plagado de fotos y recuerdos de pasadas ediciones del Iditarod.
Entre trofeos de caza de muflones de Dall, alces y enormes osos polares disecados, seguimos a Chas por los pasillos zigzagueando entre decenas de ajetreados hombres y mujeres que ultiman los preparativos. En una esquina Chas nos presenta a varios de los mushers que participarían al día siguiente en la carrera. Tras presentarme como la hija del naturalista español que perdió la vida filmando el Iditarod hace 30 años, me dispongo a plantarles dos besos, llevada por la inercia propia de nuestras costumbres españolas, a aquellos aguerridos hombres que sonríen regocijados y sorprendidos, al ver que no les voy a estrechar la mano como es allí práctica común.
Uno de ellos parece recordar el suceso. Me dice que es íntimo amigo del hijo de Tony Ony, el piloto que volaba en paralelo a la avioneta que se estrelló y que de hecho llevaba al resto del equipo. Atónita por la casualidad le pregunto si el piloto sigue vivo. No solo me confirma que sí, sino que me deja el teléfono de su hijo.
Tras varias llamadas conseguí localizar a Raine Hall, la organizadora del Iditarod de 1980. Según Tony Ony, que desafortunadamente se encontraba en Los ángeles, ella sabía todo lo que pasó y me podría poner en contacto con los mushers que primero llegaron a la escena del accidente. “Hola Raine. Soy la hija del naturalista que perdió la vida aquí hace 30 años”, “¿De Félix Rodríguez de la Fuente?” me dice ella de inmediato. La conversación toma un giro asombroso cuando descubro que casualmente está cenando con la viuda e hijo de Warren Dobson, el piloto, mejor amigo de Tony Ony, que falleció con mi padre. Tras una larga y emotiva conversación quedamos en vernos al día siguiente, tras la salida del Iditarod, junto al musher Sonny Lindner, el primero que llegó al lugar de la tragedia y que con 60 años participa también este año en la carrera.
Odile Rodríguez de la Fuente
Entre trofeos de caza de muflones de Dall, alces y enormes osos polares disecados, seguimos a Chas por los pasillos zigzagueando entre decenas de ajetreados hombres y mujeres que ultiman los preparativos. En una esquina Chas nos presenta a varios de los mushers que participarían al día siguiente en la carrera. Tras presentarme como la hija del naturalista español que perdió la vida filmando el Iditarod hace 30 años, me dispongo a plantarles dos besos, llevada por la inercia propia de nuestras costumbres españolas, a aquellos aguerridos hombres que sonríen regocijados y sorprendidos, al ver que no les voy a estrechar la mano como es allí práctica común.
Uno de ellos parece recordar el suceso. Me dice que es íntimo amigo del hijo de Tony Ony, el piloto que volaba en paralelo a la avioneta que se estrelló y que de hecho llevaba al resto del equipo. Atónita por la casualidad le pregunto si el piloto sigue vivo. No solo me confirma que sí, sino que me deja el teléfono de su hijo.
Tras varias llamadas conseguí localizar a Raine Hall, la organizadora del Iditarod de 1980. Según Tony Ony, que desafortunadamente se encontraba en Los ángeles, ella sabía todo lo que pasó y me podría poner en contacto con los mushers que primero llegaron a la escena del accidente. “Hola Raine. Soy la hija del naturalista que perdió la vida aquí hace 30 años”, “¿De Félix Rodríguez de la Fuente?” me dice ella de inmediato. La conversación toma un giro asombroso cuando descubro que casualmente está cenando con la viuda e hijo de Warren Dobson, el piloto, mejor amigo de Tony Ony, que falleció con mi padre. Tras una larga y emotiva conversación quedamos en vernos al día siguiente, tras la salida del Iditarod, junto al musher Sonny Lindner, el primero que llegó al lugar de la tragedia y que con 60 años participa también este año en la carrera.
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Un lugar maravilloso VII | Odile Rodríguez de la Fuente
“Tienes que pasar una temporada en Alaska con nosotros para entender por qué vino aquí tu padre.” Raine Hall, me aprieta el brazo mientras me dice estas palabras junto a Glenda la viuda del piloto Warren Dobson. Observamos como Sonny Lindner baja a sus perros de un pequeño camión y los va atando con cariño a los arneses de su trineo. Se prepara para hacer frente a la naturaleza más bella y extrema conocida por el hombre.
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